Un hombre caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es el ciego del pueblo. Entonces, le dice:
- ¿Qué haces, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros vean el camino, cuando me vean a mi...
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil...
¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!
Se da cuenta de que es el ciego del pueblo. Entonces, le dice:
- ¿Qué haces, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros vean el camino, cuando me vean a mi...
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil...
¡Qué hermoso sería sí todos ilumináramos los caminos de los demás!
De nada sirve una lámpara guardada en un cajón. (Mateo 5:15)